Las Cenizas de Ángela, Frank McCourt



No sé si existe un lugar mejor en el mundo, o peor, para leer esta novela que las míseras aldeas del altiplano peruano. Creo que, una vez enterrada en el tiempo la Irlanda que describe Frank McCourt, sin duda el relevo de un lugar frío, húmedo, de belleza extraordinaria y hambre y miseria a partes iguales no puede ser otro que el altiplano Cuzqueño. Quizá sólo le falte algo de la alegría infantil de los niños anglosajones.

Este ha sido el escenario en el que he arrancado letra a letra la novela de Frank McCourt para metérmela en la cabeza y en el corazón, al tiempo que hacía lo propio con las miserias reales en que he vivido estos días.

Las Cenizas de Ángela es una obra maestra.

Autobiográfica y narrada en primera persona por un niño desde su nacimiento hasta la edad madura, las Cenizas de Ángela es un tributo a Ángela, madre del autor, y que pasó su vida entre la vergüenza, el desarraigo, la marginación, la miseria, el abandono, el frío, el hambre y la suciedad, pero también en el amor de y a sus hijos, los que vivieron y los que murieron en la más absoluta de las desgracias, e intentando mantener un estatus que nunca lograron.

Ángela Sheehan se ve embarazada nada más pisar América, a pesar de las muchas advertencias de toda su familia, que tanto se había esforzado por sacarla de Irlanda, por un joven Malachy McCourt, también irlandés pero de la zona no liberada. Con una sociedad irlandesa-norte americana de moral católica extrema, el embarazo a sus diecisiete años la hace quedar en vergüenza ante sus primas, ya afincadas con anterioridad en el nuevo mundo y receptoras en un principio de la joven Ángela, y la obligan a contraer un prematuro matrimonio con el padre de la criatura. Éste, abrumado por su matrimonio forzado y una paternidad no buscada, no es capaz de aprovechar las pocas oportunidades que ofrece un país en plena gran depresión y apenas entra un dólar a su bolsillo corre a bebérselo en cualquier cantina ilegal, dejando a la joven Ángela y a un recién nacido Frank McCourt en serias dificultades. Al poco tiempo tienen su segundo hijo, al que llaman como el padre, Malachy, y que sólo agrava la situación de pobreza en que viven la madre y los dos niños, a quienes su padre despierta noche sí y noche también, borracho como una cuba, sin un dólar en el bolsillo y cantando canciones patrióticas irlandesas en contra de los malditos ingleses, para que juren por un centavo (que nunca reciben) que darían su vida por Irlanda si fuera necesario, mientras la madre suplica y lo persigue los días de cobro para que le entregue algo de dinero a la familia.

Esta situación de desespero parece cambiar cuando Ángela queda embarazada de nuevo, esta vez de una preciosa niña que convierte al hasta entonces borracho McCourt en un padre ejemplar, pero eso ocurre en la página cincuenta y todavía queda mucha historia que explicar, así que la pequeña muere y la familia McCourt vuelve a sufrir la indigencia en tierras americanas, una situación que los lleva a buscar ayuda y refugio en su Irlanda natal donde creen que encontrarán el apoyo de la familia de Ángela, y lo más importante, que Malachy McCourt dejará la bebida.

Por supuesto nada ocurre de esta forma, el padre bebe más que antes, la familia de Ángela no quiere saber nada de una hija que los ha dejado en vergüenza, la situación económica de Irlanda es muchísimo peor que la de América, nacen y mueren más hijos McCourt, mientras los que van quedando pasan un calvario imposible de relatar en estas pocas líneas.

Bien, hasta ahí más o menos era lo que yo tenía entendido de Las Cenizas de Ángela, un dramón para hacer saltar las lágrimas a costa de imaginar las penurias de una familia sin padre, sin dinero, sin abrigo, sin vivienda, y con más hambre de la que cualquiera pudiera aguantar, pero no. La historia es un drama de categoría 7 en la escala Richter, pero la novela no.

Narrada en primera persona por el autor, toda esta miseria extrema está vista con los ojos de un niño, con su inocencia real, pero también con la visión hiper realista de una situación de hambruna continua. Así, a modo de ejemplo, cuando muere uno de los niños, los otros combinan la tristeza por su pérdida con la alegría fugaz porque ese día no irán al colegio. Es una historia cargada de humor, del negro y del rosa, de cinismo y ternura, y de una inteligencia extraordinaria, pero sobre todo de platos, un personaje más de la novela, los que comen y los que jamás catan.

Los personajes son reales (de hecho lo fueron físicamente), y la narración realmente corresponde en cada momento a la visión de un niño de la edad concreta en que se desarrolla cada periodo de la historia. No encontraremos un niño de 11 años, tipo "El niño con el pijama de rayas" que no se entera de lo que pasa a su alrededor, como si fuera gilip...., en absoluto, el niño ha de dar de comer a sus hermanos y sabe de la dureza de la vida, pero también es un niño, y en esa dualidad trágico-cómica se desarrolla uno de los mejores libros que he leído jamás.

Es muy difícil condensar tanta magia, tanto talento, tanta vida en un mísero artículo.

He leído por ahí que se han vendido más de quince millones de ejemplares. Sinceramente, me parecen pocos para la calidad de esta novela, que recomiendo a cualquier persona, del sexo que sea, y de cualquier edad. Cada uno encontrará en ella justo lo que necesite, ésa es su grandeza.

Resumen (editorial)

Dolorosa y a la vez esplendorosa biografía, en donde su autor -ganador del Pulitzer por este impactante libro- se remonta a Limerick, un pueblo de Irlanda sumido en la pobreza. De allí, a la América durante la Gran Depresión, y el choque entre las realidades y sus fallidas promesas. La única esperanza de Ángela está en la educación de sus cinco hijos, Frank McCourt entre ellos.

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