Un pedigrí, Patrick Modiano
“Nunca pude hacerle confidencias ni pedirle ayuda alguna. A veces, como un perro sin pedigrí y muy dejado de la mano de Dios, siento la pueril tentación de escribir negro sobre blanco y con todo detalle cuánto me hizo padecer con su dureza y su inconsecuencia. Me callo. Y se lo perdono. Todo queda tan lejos ya…”, quizá lo que distingue a los hombres de los animales, y a los genios de ambas categorías sea la capacidad de escribir cosas como ésta.
No creo que sea el mejor libro del ganador del Nobel y del premio de Novela francesa, pero sin duda es digno de alguien capaz de haber conseguido estos galardones. Del señor Patrick Modiano leí hace unos meses “El horizonte”, una novela extraordinaria, a la que sumo ahora “Un pedigrí”.
Además de la reposada tristeza, o el haber sucumbido a la realidad más pertinaz, en la obra de este autor francés se siente la evanescencia de la vida a través de unas letras de humo que se deshacen a medida que el lector las pasa, como si tras el protocolo de leerlas línea a línea, y de interpretarlas en la mente del lector, las letras fueran desapareciendo dejando la parte del libro ya leída en blanco.
En esta novela, el autor se remonta de nuevo al pasado, pero no de su vida, sino incluso de la de sus padres, situando al lector en el momento en el que un judío de origen toscano y una belga que desea ser actriz se encuentran en la Francia ocupada de 1942, como se enamoran, como aparece él en escena allá por 1945, y como van desfilando por la memoria del autor cientos de personas con las que se cruzó en la vida, en la infancia, la adolescencia o la juventud. Amigos y conocidos de sus padres que entraban y salían de la vida, que iban a visitar a lugares extraños, encuentros en cafés, en tertulias de silencios y secretos, en mil negocios que jamás prosperaron o en obras de teatro fallidas, y tras los que el autor va desgranando su propia vida utilizando esas presencias casi fantasmagóricas del pasado a modo de juncos con los que tejer la maya de su existencia.
En esta novela, el autor se remonta de nuevo al pasado, pero no de su vida, sino incluso de la de sus padres, situando al lector en el momento en el que un judío de origen toscano y una belga que desea ser actriz se encuentran en la Francia ocupada de 1942, como se enamoran, como aparece él en escena allá por 1945, y como van desfilando por la memoria del autor cientos de personas con las que se cruzó en la vida, en la infancia, la adolescencia o la juventud. Amigos y conocidos de sus padres que entraban y salían de la vida, que iban a visitar a lugares extraños, encuentros en cafés, en tertulias de silencios y secretos, en mil negocios que jamás prosperaron o en obras de teatro fallidas, y tras los que el autor va desgranando su propia vida utilizando esas presencias casi fantasmagóricas del pasado a modo de juncos con los que tejer la maya de su existencia.
Cargada de nombres que al lector, a menos que sea una especie de friqui de la Wikipedia, no le aportan más que la densidad del número, y que creo que al autor le valieron para vaciar la memoria y ordenar sus años hasta la juventud, la novela se desarrolla en su primer tercio tras un hilo de nombres que se enlazan unos con otros y a través de los cuales el señor Modiano va inoculando la historia real de su vida, “según voy estableciendo esta nomenclatura y paso lista en un cuartel vacío, me va dando vueltas la cabeza y cada vez me queda menos resuello”. Una historia, por cierto, de la que no se rescata apenas un momento dulce. Un hermano muerto, padres separados, rechazo continuo, pobreza rayana en la miseria que lo obliga incluso a robar “dejé de robar cuando publiqué mi primer libro”, dice, y toda su infancia y adolescencia saltando de internado en internado para que no molestara. Y pienso, mientras escribo esta reseña y recuerdo la novela, que quizá sea esa la clave de toda la escritura de este autor, el redactar de forma que no moleste, el ser una sombra consciente de todo lo que ocurre a su alrededor, el gozar de esa visión mágica y triste de un tercero sobre la vida propia, como un espíritu, como un fantasma, o como él mismo lo describe “uno tiene la impresión de que todavía no puede vivir su vida de verdad y de que es un pasajero clandestino.”.
Dicen, los que saben de esto de desgranar las historias de los autores y los muchos secretos que en ellas se esconden, que Patrick Modiano ha creado su propio universo, el universo Modiano lo llaman, y yo, que apenas he leído dos de sus obras, comienzo a pensar que tienen razón porque tras leer “Un pedigrí” no puedo dejar de imaginar a este autor vagando como un pasajero clandestino por las calles francesas de París, siempre mojadas, siempre a media luz, con el rostro escondido tras una mueca de incomprensión, las manos en los bolsillos apretando una libreta vieja y un bolígrafo mordido con el que seguramente tome sus notas en cafés de esquina mientras se deleita con el paso fugaz de todos los personajes que habitan en ese escenario modianesco.
Sí, sin duda este universo existe y creo que voy a adentrarme más, todo lo que mis fuerzas me permitan tras los pasos del autor, pues utilizando otra de sus reflexiones sobre la vida dice “van sucediéndose acontecimientos mínimos que le resbalan a uno sin dejarle demasiadas huellas”, a lo que yo me atrevo a añadir que esos acontecimientos mínimos que no dejan huella, en realidad son los causantes de las mayores cicatrices que pueblan la conciencia humana y que solo se curan, en algunos casos, escribiendo.
Paris, octubre de 1942. Un hombre y una mujer se conocen durante la ocupacion de la ciudad. El es un judio de origen toscano, ella una belga que persigue el sueno de convertirse en bailarina. Se casan y tienen dos hijos, uno de los cuales es Patrick Modiano. Durante veinte anos viven juntos en un piso del muelle de Conti. A su alrededor, un mundo de personajes extranos: hombres de negocios cuyas tareas son siempre misteriosas, actrices de tres al cuarto dispuestas a cualquier cosa, aman-tes de personajes famosos, alcahuetes y aristocratas decadentes de dudosa sexualidad
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