El fallo, Antonis Samarakis


Magistral, una novela en la que no pasa nada, en la que la acción se sitúa en la mayor de las normalidades, en la que los protagonistas, el espacio, el entorno, e incluso los diálogos son lo más cotidianos y anodinos que uno pueda imaginar, y en la que en realidad ocurre todo. La vida ante la mirada del lector que, cuando acaba la novela, ha de frotarse los ojos para salir del espejismo en que el señor Samarakis lo ha sumido sin darse cuenta. Un final que ha de releer un par de veces para entender la magnitud de la historia que ha pasado frente a sus ojos sin levantar un ápice de polvo.

El fallo es la historia de una detención en un estado policial de un país imaginario, un país que rápidamente se puede identificar con la Dictadura de los Coroneles sucedida en Grecia del 67 al 74 del siglo pasado aun sin que el autor haga una sola referencia explícita a ese periodo.  Quizá valdría la pena dedicar un par de líneas a repasar la trayectoria del autor, nacido en Grecia en 1919, participó en la resistencia durante la ocupación de su país e incluso fue detenido y condenado a muerte por los alemanes, aunque por fortuna pudo escapar de ese castigo. Después vinieron los años de la dictadura en los que dejó su trabajo de funcionario para dedicarse a escribir, y tras el restablecimiento democrático de Grecia, publicó numerosos escritos de carácter social y político. Fue embajador de buena voluntad de UNICEF y ocupó un puesto como experto en Organización Internacional del Trabajo en la ONU. El final de su vida se sobrevino por un ataque al corazón en 2003.  Los que seguís estas columnas sabéis que rara vez hago énfasis en la biografía de los escritores, pero en el caso de este autor he querido remarcar la vida de continua lucha social que llevó a cabo, porque eso es lo que se destila en El fallo. Que nadie se asuste, no es un folleto propagandístico de la democracia, ni un panfleto anti dictaduras (que tampoco estaría nada mal), El fallo es únicamente una historia humana espectacular en un mundo de opresión como el de una dictadura.

En ese país imaginario en el que sitúa la acción, un hombre es detenido en un café porque otro, un activista anti régimen perseguido y conocido, le pisa el pie. Ese sencillo acto medio absurdo da lugar a la detención del protagonista y a la posterior trama de la novela. El hombre es detenido por la Brigada Especial, un cuerpo policial de vigilancia encargado de velar por el mantenimiento del régimen, una especie de policía secreta que atemoriza a los ciudadanos y a la que todo el mundo desea fuera de su vida. Dos miembros de esa Brigada Especial son los encargados de trasladar al ciudadano pisado hasta la central desde una pequeña ciudad de provincias en una isla, y es en lo que ocurre durante ese trayecto, primero en coche, y después a pie por las calles de una ciudad marítima, donde se desarrolla la acción. 

Por motivos que no desvelaré, el vehículo en el que trasladan al “ciudadano pacífico”, como él propio detenido se autodenomina, sufre una avería y no consiguen llegar a tiempo para embarcar en el único ferry diario que une la isla con el continente en el que se encuentra la sede de la Brigada Especial, en la capital del país. Este contratiempo obliga a los captores y al capturado a establecerse por un día completo en esa ciudad portuaria, un tiempo en el que la relación entre el policía jefe de la expedición y el detenido se acentúa por la cantidad de horas que están obligados a compartir. En un gran acto de prestidigitación, cada uno de los dos personajes principales, policía y detenido, desgranan sus vidas desde la más superficial de las rutinas ante los ojos del otro, ambos intentando no dar una sola pista de sus sentimientos reales, de sus pasiones, de sus anhelos y sus convicciones, pero sin embargo, en cada una de las frases que se cruzan, en cada una de las vivencias que comparten durante esas horas de espera, es cuando cada uno desnuda su alma al otro sin quererlo, sin darse cuenta de lo que está haciendo y sin comprender la magnitud de la profundidad que supone conocer a otra persona.

Ambos, el policía y el detenido, tienen en sus cabezas un plan magistral, uno para demostrar la culpabilidad del otro, y el otro para demostrar su inocencia. Dos planes tan extraordinariamente bien tejidos que no pueden tener fisuras, que son perfectos y que les darán la victoria final antes de que el detenido sea trasladado a la Central para ser interrogado en unas sesiones que ambos saben que no resistirá. Unos interrogatorios que flotan en el ambiente y que marcan el desarrollo de la relación, el transcurso del plan como un partido que se hubiera puesto en marcha a la salida de la ciudad y que tiene como bocina final el momento en que se embarquen en el ferry, un plan que agota su tiempo como un partido de básquet empatado en el que una única canasta final ha de decantar el resultado, y es esa canasta final lo más maravilloso de la novela, el fallo del plan perfecto. El desenlace que deja al lector flotando en el vacío sin dar crédito a lo que acaba de suceder ante sus ojos.

Son muchas las novelas que recuerdo que me han fascinado y cuyos finales me decepcionaron, incluso mis propias letras son referencia de críticas por lectores a los que mis finales no les han gustado lo más mínimo, sin embargo, en El fallo, la genialidad de la obra es ese final, esos dos últimos párrafos que no te dejan parpadear hasta que los has releído una y otra vez. Un final en el que la humanidad se impone al sistema en una victoria maravillosa de un romanticismo inesperado durante las más de doscientas páginas previas.

Me gustaría dejar un párrafo de las páginas iniciales de la novela, cuando tras la detención, el agente de la Brigada Especial realiza el reporte de la actuación: 

“… «Soy un ciudadano pacífico». Y entonces sí que no pude contenerme y le dije: «Para el Régimen ciudadano pacífico no significa nada. ¡Nada! Solamente hay dos tipos de persona: los que están con el Régimen y los que no están con el Régimen. Para ser un enemigo del Régimen no es necesario haber actuado contra el Régimen. Basta con no estar con el Régimen, con no haber dado pruebas manifiestas de adhesión al Régimen. Para el Régimen, sí señor, sigue aún vigente aquello de quien no está conmigo, contra mí está»”

El fallo es una novela cargada de sentido, de sentimientos, de realidad, pero también de cambio, de esperanza, una esperanza que se aparece al lector de golpe tras haberlo sumido, poco a poco y con disimulo, en un pozo en el que no era consciente de haberse metido, como en aquel experimento de la rana en que introducen a una en una olla con agua fría que van calentando progresivamente hasta que al final el agua hierve y la rana muere sin haberse dado cuenta, con la gran diferencia, eso sí, de que en El fallo, ni rana, ni la olla, ni el agua, ni el fuego son lo que parecen.

Resumen del libro (editorial)

El fallo, novela que dio la fama internacional a A. Samarakis, puede ser considerada como un clásico del siglo XX por la permanente actualidad de su mensaje. En efecto, por muy implacable que sea la presión y opresión que los aparatos institucionales ejerzan sobre los individuos a que dicen servir, siempre cabe la posibilidad de que un resquicio abra la esperazna de encontrar algo de humanidad dentro de los atroces engranajes.

Buñuel, Graham Green, Agata Christy, Simenon y otros muchos escritores han alabado tanto el lenguaje cinematográfico como la estructura dinámica de esta novela, una de las más leídas en la Grecia actual. 

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