El mapa y el territorio, Michel Houellebecq
Una gran broma, de excelente calidad literaria, pero una
broma monumental sobre nuestra sociedad, el arte, la escritura, la degradación,
las relaciones y su propia existencia, la era industrial, la crisis, esto es lo que me ha parecido la novela
del señor Houellebecq.
No he querido, a diferencia de lo que hago con otras
reseñas, ver qué se comenta de la novela en los foros y páginas al uso, porque
tengo la sensación de que nadie tendrá esta opinión, pero para mí, la vida
narrada del artista Jed Martin no es nada más que una sátira humorística.
El mapa y el territorio es una novela que narra la vida de
un extraño artista, sus orígenes, sus creaciones, su vida personal, sus
relaciones, su avance social y su declive personal, así como el de su entorno.
La relación especial que mantiene con un personaje extraordinario de la novela,
el propio autor, que se retrata en ella como si fuera un personaje más. Un
personaje cuyo fin es rocambolesco y trágico, pero cuya vida es la que en otras
épocas de la historia se habría conocido como la de un anacoreta, y hoy se atribuye a
los intelectuales hastiados de la sociedad banal en que les ha tocado vivir…
Narrada en tercera persona y dividida en tres partes principales, la
novela me ha recordado en algunos momentos a Una mujer difícil, de John Irving,
e incluso la propia escritura me ha hecho pensar en el autor norteamericano en
ciertos pasajes. Digo en algunos porque la extensión del señor Houellebecq en
según qué descripciones, como la de la mosca, o las técnicas fotográficas que
utiliza el artista, por ejemplo, se me han hecho pesadas.
Realmente creo que me ha gustado más de lo que me ha
disgustado, o de lo que me ha aburrido, ya que en realidad la novela no me ha gustado
demasiado hasta que la he acabado de leer. Como si se tratase de un plato
extremadamente caliente y su gusto sólo lo hubiese apreciado en la memoria de
lo ingerido, y no en el paladeo del mismo.
Sí es una novela cargada de frases magistrales, que a mi gusto
se pierden en demasiada palabrería, como si el autor hubiese escondido pequeños
caramelos para que los niños los buscásemos por toda la casa.
Una sátira, en resumen, de nuestra sociedad, de la estupidez
que parece rodear casi todos los aspectos de nuestra vida, de lo vacuo de la
existencia moderna y de las dificultades de adaptación de aquellos escogidos
por la sabiduría.
Os dejo una frase que me ha parecido brillante, antes de
transcribir el primer párrafo de los agradecimientos, una de las mejores partes
de toda la novela.
…en boca de Houellebecq (personaje de la novela en este
caso): “un libro, según él, era como un bloque de hormigón que se decide a
cuajar, y las posibilidades de acción del autor se limitaban al hecho de estar
allí y esperar, en una inacción angustiosa, que el proceso arrancase por sí
solo.”
Y ahora, el primer párrafo de los agradecimientos:
“No suelo deber gratitud a nadie porque me documento
bastante poco, muy poco incluso comparado con un autor norteamericano. Pero en
este libro me impresionó y me intrigó la policía
y me pareció necesario hacer un pequeño esfuerzo”
¿Algo más que añadir?
Si Jed Martin,
el protagonista de esta novela, tuviera que contarles la historia, quizá
comenzase hablando de una avería del calentador, un 15 de diciembre. O de su
padre, arquitecto conocido con quien pasó a solas muchas noches navideñas.
Evocaría a Olga, una rusa a la que conoce al principio de su carrera en la
exposición de su obra fotográfica, consistente en los mapas de carreteras
Michelin. Después llegará el éxito mundial con la serie de «oficios», retratos
de personalidades de todos los sectores. También referiría cómo ayudó al
comisario Jasselin a dilucidar un caso criminal atroz. Al final de su vida, Jed
ya sólo emitirá murmullos. El arte, el dinero, el amor, la muerte, el trabajo,
son algunos de los temas de esta novela decididamente clásica y abiertamente
moderna.
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